La Eucaristía de clausura puso de manifiesto la alegría de estos días de fraternidad. Todos cantaron a pleno pulmón las canciones que habían aprendido durante la semana en diferentes idiomas. El “Padre Nuestro” se susurró con gran intensidad, mientras todos disfrutaban de los murmullos orantes de los compañeros que les rodeaban. La semana no se limitó a aprender a vivir la Eucaristía enriquecidos por nuestra diversidad: experimentamos realmente ser un solo corazón en la oración. Esta comunión se palpa en la cola del autoservicio de comida, en las miradas intercambiadas al cruzarnos en los pasillos y en la mesa, donde las conversaciones abundan en risas que testimonian la sencillez de hermanos y hermanas muy cercanos de corazón.
La velada de clausura permitió a todos desbordar su alegría en largas conversaciones en el bar o bailando. Algunos no dormirán mucho, ya que los preparativos para la partida comenzarán hacia las 4 de la madrugada. Debido a circunstancias imprevistas, algunos compañeros adicionales tendrán que acompañar a sus delegados en coche hasta el aeropuerto. El cansancio de todos y la corta noche no fueron un obstáculo. La fraternidad se vive hasta el final. La sala que servía de espacio de acogida se convirtió en el lugar de las “despedidas” y de las últimas fotos. La aplicación que había servido para trabajar en los preciosos documentos y para preparar el discernimiento y la elección se convirtió en la que recibía las notas de “agradecimiento”. Llegaron fotos tanto del aeropuerto como del Mont St Michel y de los lugares a visitar en París. Todo el mundo está animado por el seguimiento que hay que dar a esta asamblea, ¡que es un faro de esperanza para todos!